Estaba encerrado en casa y tenía encerrado conmigo a mi enemigo.
Una mancha en mi reflejo en el espejo y un ruido terco por las noches cuando se atrevía a venir a acariciarme el pecho. Nada galante ni noble. Un misterio absurdo y caprichoso.
Así descubrí que la cárcel era eso. Mirar por la ventana con ojos cansados. Tener miedo a mis propios pasos. Estar triste y furioso y aburrido. Y buscar a Dios por las esquinas.
Saber que no había puerta de salida ni final feliz ni Deus ex machina que asesinase a mi asesino y me hiciese libre.
Finalmente, yo solo he encontrado la libertad.
Adiós.